sino una realidad palpable que está cambiando radicalmente el día a día del trabajo social. Quiero contarte cómo esta revolución tecnológica, que incluye el tele-trabajo social y la inteligencia artificial, está remodelando nuestra profesión, pero siempre manteniendo ese valor humano que es nuestro sello indispensable.
La tecnología como aliada en la intervención social
Antes, un trabajador social se desplazaba de casa en casa, de institución en institución, cargado de documentos y agendas físicas. Hoy, con herramientas como plataformas de videollamadas, apps para registro de casos y bases de datos digitales, el acceso a la información y la comunicación se agilizan de forma impresionante. Esto permite que podamos llegar a personas en zonas remotas o que enfrentan dificultades para moverse, ampliando nuestro alcance sin sacrificar la calidad del acompañamiento.
Un ejemplo claro es el uso del tele-trabajo social, que durante la pandemia se convirtió en un salvavidas para muchas comunidades. Ahora, podemos agendar citas, hacer entrevistas y dar seguimiento sin necesidad de estar físicamente en el mismo lugar. Esto no solo mejora la eficiencia, sino que también facilita la flexibilidad horaria para muchos profesionales, algo que ayuda a equilibrar la vida laboral y personal.
Inteligencia artificial: un recurso, no un reemplazo
La inteligencia artificial (IA) está entrando poco a poco en el campo social, y aunque suene futurista, ya se está utilizando para analizar grandes cantidades de información que ayudarán a priorizar casos o identificar patrones de riesgo. Por ejemplo, algoritmos pueden detectar factores de vulnerabilidad en comunidades, para que podamos actuar con mayor rapidez y precisión.
Sin embargo, quiero dejar algo claro: la IA nunca podrá sustituir nuestra esencia humana. La empatía, la escucha activa y la capacidad para conectar con los demás, son elementos que la tecnología no puede replicar. Por eso, la incorporación de estas herramientas debe ser ética y cuidadosa, siempre garantizando la privacidad, confidencialidad y dignidad de las personas.
Desafíos y aprendizajes para los trabajadores sociales
No todo es color de rosa. La digitalización también trae retos. El tele-trabajo puede generar aislamiento, pérdida de contacto directo y, en muchos casos, incertidumbre sobre condiciones laborales. Además, no todas las comunidades ni los trabajadores sociales tienen acceso igualitario a la tecnología, lo que puede aumentar brechas sociales y profesionales.
Por ello, nuestra profesión debe insistir en:
-Capacitación continua para adquirir habilidades digitales.
-Desarrollo de protocolos éticos claros para el uso de tecnologías.
-Fomento de redes colaborativas para compartir buenas prácticas.
-Abogar por un acceso equitativo a herramientas tecnológicas.
En resumen:
La tecnología transforma, pero somos nosotros, los trabajadores sociales, quienes damos el alma a nuestro trabajo. Adaptarnos es necesario para seguir siendo efectivos, pero sin perder de vista que detrás de cada caso hay una persona con sueños y desafíos únicos. A través de un manejo consciente y ético de la transformación digital, podemos abrir nuevas puertas para acompañar mejor a las comunidades y hacer de nuestro trabajo un puente entre el hoy y el futuro.


