viernes, 12 de septiembre de 2025

El Día del Chocolate: un homenaje que engorda pero alegra

Dicen que el chocolate es el sustituto perfecto del amor. Yo digo que también es sustituto del nutriólogo, del terapeuta y hasta del cura en confesión. Porque seamos honestos: no hay pecado que no se diluya con una mordida de chocolate y un buen vaso de leche fría… que curiosamente en México podría ser leche de bolsa, de garrafa, o de quien sabe qué animal si estás en un rancho.


Ahora bien, ¿qué clase de humanidad necesitaba inventar un “Día del Chocolate”? Una humanidad con sobrepeso, estrés y suegras… exacto: la nuestra. Yo me imagino a los mayas, guardianes originales de este manjar, pensando: “Lo inventamos para rituales sagrados”... y ahora nosotros: “¡Mete el pastelito en el microondas y que la Nutella corra como río!” Qué devaluación religiosa, ¿no?

En Estados Unidos el Día del Chocolate lo celebran como si fuera el descubrimiento de la penicilina. En México, en cambio, se nos atraviesan las promociones del Oxxo: dos Bubulubus por 20 pesos y todos felices. Es tan patriótico como comer mole en pleno septiembre… que dicho sea de paso, también tiene chocolate. O sea: los mexicanos realmente no necesitamos esperar un día oficial para festejarlo. Ya lo tenemos incrustado en el ADN y en la lonja.

Ahora, en tono serio (bueno, lo más serio que puedo sonar hablando de azúcar fermentada en la panza): el chocolate es el lubricante social universal. Vas a una cita, llevas chocolates. Te peleas con tu pareja, llevas chocolates. Muerde el perro al vecino… chocolates para que no te demande. Si hasta los políticos deberían incluirlo en sus campañas: “Vote por mí, le doy su Kínder Bueno”.

El problema es que este “día internacional” está a un compás de volverse una

excusa para comer sin cargo de conciencia. Es como cuando te dicen: “Hoy es el Día del Taco”… ¿y qué haces? Cinco al pastor con todo y piña. El Día del Chocolate es ese permiso oficial para que te revientes las calorías de toda la semana y digas: “Es cultura, no glotonería”.

Pero ojo: cada país tiene su estilo. En Estados Unidos lo ven gourmet: 70% cacao, con notas a madera y frases como “fair trade”. En México, nuestra versión es un Carlos V que sabe igual desde 1978, y ni falta hace complicarse más. Eso sí, si eres fifí lo acompañas con chocolate artesanal de Oaxaca servido en jícara. Y si eres Juan Pueblo, pues va directo desde la taza de barro con espuma, para bajártelo con un bolillo de a peso (si es que todavía los hay de ese precio).

En conclusión: el Día del Chocolate es la fiesta global más democrática. Entra el rico, el pobre, el fifí y el Godínez. La única diferencia es que unos lo comen en trufas francesas y otros en chocorroles del tianguis. Pero el efecto es el mismo: sonrisa inmediata, mancha en la camisa y 20 abdominales de penitencia.

Y si me preguntan cómo celebrarlo, yo digo: pongan una barra de chocolate en cada mesa de oficina y observen el milagro. ¿Productividad? No sé. Pero risas y caries… ¡garantizados!