lunes, 15 de septiembre de 2025

La Eternidad del Grito: Entre la Nostalgia y el Desencanto

 

Confieso que cada septiembre el bullicio retorna. Las banderas invaden los
parabrisas y los niños son disfrazados de héroes cuya fecha de nacimiento solo se recuerda si hay que evitar un examen de historia. Se acerca el 15 y, como dictan los cánones, nos preparamos para gritar que somos libres mientras revisamos en el celular cuántas horas faltan para volver al tráfico. Pero dime, lector, entre los tamales y el tequila, ¿qué es exactamente lo que celebramos cuando el país parece caminar con una piedra atada al tobillo?

Se dice que el Grito de Independencia es memoria, unión, identidad. Y claro: la patria necesita pretextos que permitan olvidarnos por un momento de sus tropiezos. El ritual, ese gran teatro colectivo, nos reúne bajo una consigna: recordar el principio, no tanto el final. Nadie brinda por el acta de independencia, sino por el inicio, aquel grito desesperado más cercano a la rabieta que a la épica, como quien revienta una piñata esperando dulce justicia y solo encuentra confeti.

La paradoja es deliciosa: nos hermanamos al clamar “¡Viva México!” justo cuando la confianza en el gobierno es insulsa y la definición de independencia parece un meme más en redes sociales. Y aquí reside la magia del acto: la fiesta es, al mismo tiempo, protesta y resignación. Recordamos aquel antiguo grito contra el “mal gobierno” para medirlo con el que hoy soportamos, sabiendo que la historia —como la noche del 15— se repite, pero con bocinas nuevas y show de drones.

Hay quienes preguntan si tiene sentido el rito en este México del meme y la pantalla táctil, donde la patria parece reducirse a emojis y trending topics. Sin embargo, es el propio caos el que nos obliga a celebrar: porque ahí, en la colectividad repetitiva y coreografiada, probamos dos cosas elementales: que seguimos aquí, y que, al menos esa noche, damos por sentada la esperanza. La celebración, entonces, es un suspiro que nunca se apaga, aunque el desencanto se multiplique de sexenio en sexenio.

Por eso digo —a riesgo de caer en el lugar común— que el Grito es más del pueblo que del poder, del anhelo que de la nostalgia. Las plazas atiborradas, los fuegos artificiales que se repiten con el mismo guion cada año, la familia apiñada en busca de pretextos para reírse del presente, todo eso nos recuerda que las utopías no mueren: solo se disfrazan.

¿Independencia? Pendiente y en trámite. ¿Mal gobierno? Permanente, como la humedad en el techo. Y aun así, celebramos: porque cada septiembre, si uno agudiza el oído, entre el estruendo de la pirotecnia y el grito entonado a destiempo, se cuela la añoranza de una libertad por venir, y la certeza de que preguntarnos por qué gritamos es, a su manera, el acto más democrático del calendario.