miércoles, 3 de diciembre de 2025

Cuando la creatividad me abandonó...

 

Fue en un martes gris — o un miércoles, la verdad es que con tanto café perdí la cuenta — cuando la creatividad, simplemente, me dejó.

No fue con un “adiós” por WhatsApp, ni con una nota bajo la almohada. No. Se fue como ese amigo que de repente desaparece del grupo de chat y tú te quedas ahí, mirando tu cara en la pantalla del celular y preguntándote: “¿pero qué dije?”

La última vez que la vi salió caminando como si fuera una actriz de telenovela, con ese aire de “yo merezco más”, y soltó un “¡adiós, ideas mediocres!” mientras se envolvía en lo que juraría que era humo de incienso barato. Me dejó cara a cara con una hoja en blanco y ese maldito cursor parpadeando… como si se riera de mí.

Intenté buscarla. Incluso hice una especie de inventario mental: ¿se fue a la cafetera? ¿Se escondió entre los correos que llevo meses sin leer? ¿O andará en la fila del supermercado, viéndome dudar entre un aguacate maduro y uno que parece piedra?

Y entonces, de la nada, me di cuenta: no se fue por aburrimiento. Esta vez fue una fuga organizada. Hasta encontré un cartel en mi cabeza que decía: “¡Vacaciones en el País del Absurdo! Temporada alta”. Ahí estaba ella, tomando selfies con cactus que ríen solos y jugando Animal Crossing en modo ultrarrealista con unicornios con lentes. 

 

Mientras tanto, yo probé de todo: escuché podcasts de “cómo ser productivo en 5 minutos”, me escondí bajo la mesa como si fuera un perro avergonzado… Hasta llegué a scrollear Instagram buscando inspiración. ¿Qué encontré? Discusiones épicas sobre si el meme del “distracted boyfriend” sigue vigente y teorías de que los gatos controlan YouTube desde las sombras.

Mi cerebro se sentía como un Windows 98 intentando abrir TikTok: se trababa, se ponía lento, y al final solo salía un mensaje: “no hay suficiente memoria para continuar”. Así que, qué más daba, empecé a escribir cualquier cosa: listas del súper, recetas de sopa de fideo (sí, la de sobre), y hasta cartas de reclamación a la compañía de luz. Aunque, pensándolo bien… hasta las facturas suenan poéticas cuando estás desesperado.

Pero una madrugada —esa en la que el café ya no huele a café, sino a “por qué hago esto” —, de repente… ¡volvió! 

 

No entró con elegancia. Llegó saltando como un payaso pirata en monociclo eléctrico, con cara de “¡hola, tonto! ¿me extrañaste?” y una mochila llena de locuras: personajes imposibles, frases que explotan como globos de agua con glitter, y hasta un par de chistes tan malos que solo funcionan a las 3 a.m.

Ahí entendí algo: la creatividad no es un empleado. Ni siquiera es una amiga confiable. Es una viajera caótica que regresa cuando quiere, porque —según ella— “el mundo necesita algo raro y tú estabas demasiado serio”.

Así que ahora la trato como a ese primo que aparece sin avisar, pide comida y se va con tus calcetines. Le doy espacio. Y si vuelve a desaparecer, ya no corro detrás. Mejor hablo con mi planta, invento palabras sin sentido (“blorf”, “zumbrín”, “plátantrópico”) o me tiro al suelo a imitar a un gato haciendo yoga… mal.

Porque la inspiración siempre vuelve. A su manera. A su tiempo. Y cuando lo hace, el vacío se llena de tanto color que hasta los sueños dicen: “esto sí que es nuevo”.


sábado, 8 de noviembre de 2025

Día Mundial sin Wi-Fi: cuando desconectarte es más traumático que una ruptura por mensaje de voz

 

 ¿Quién iba a decirnos que la Federación Ambientalista Internacional —sí, esa que hasta hace poco andaba más preocupada por salvar a las ballenas que por curar zombies digitales como nosotros— iba a lanzar una campaña mundial hace ya 9 años… para apagar el internet?

No es broma. Ya está: 8 de noviembre, Día Mundial sin Wi-Fi.
(Nota mental: si cae en sábado, prepárate para ver a tu tía desesperada intentando mandar el meme del día en el grupo familiar y fallando estrepitosamente.)

 

 


🌍 ¿Salvar el planeta… o salvarnos de nosotros mismos?

La excusa oficial suena noble: “el planeta necesita un respiro del consumismo digital”.
Pero la pura verdad, la que nadie dice en voz alta, es otra: la Tierra no se está muriendo por los plásticos —se está desmayando de vergüenza ajena al verme a mí, con cara de crisis existencial, intentando mandar un “¿ya saliste?” con dos rayitas grises y señal de tortuga.

Resulta que, según los expertos, el scroll infinito no es solo un vicio: es una especie de pozo negro emocional donde entran horas, relaciones, productividad… y a veces hasta el recuerdo de cómo se hacía una llamada telefónica.


🐱 El nuevo superviviente: el gato cazador de señal 

Imagínate la escena:

  • Tu vecina, parada junto al router como si fuera un altar, repitiendo “¿ya? ¿ya? ¿YA?” cada cinco segundos.
  • Tu gato, que antes se ganaba la vida cazando ratones, ahora se pasa las tardes intentando cazar señal entre paredes de concreto y routers saturados. Pobrecito: le enseñaron a ser felino, no ingeniero de telecomunicaciones.

Y mientras, nosotros, los náufragos digitales modernos, flotamos en un mar de notificaciones sin batería, esperando una señal… de vida.  

 


📱 El apocalipsis silencioso (o cómo cinco minutos sin TikTok desatan el caos)

Que no te engañen: este día no es sobre ecología. Es un test de estrés colectivo. Y los resultados son reveladores:

  • Madres que no pueden regañar a sus hijos porque “el internet no da” —y por primera vez en años, tienen que usar el tono de voz real. Traumático para ambas partes.
  • Millennials que entran en un estado de pánico tipo “¿qué hago ahora? ¿hablo con alguien? ¿pienso? ¡auxilio!”
  • Ejecutivos de oficina que descubren, con horror absoluto, que sin Google no saben ni cómo se escribe “sostenible”.

El colmo del colmo es ese valiente (o desesperado) que decide “desconectarse con propósito”… y termina en una sobremesa incómoda, lanzando frases del tipo:

“¿Recuerdas cuando…?”
…mientras todos los demás calculan mentalmente cuántos megas necesitan para mensajear por whatsapp.


🪞 El espejo que nadie quiere ver 

Al final, la Federación Ambientalista no está tan equivocada.
Celebrar un día sin Wi-Fi es una metáfora perfecta:

Somos una sociedad que clama por reconectarse… pero que tiembla al pensar en hacerlo cara a cara.

Necistamos este día. No para salvar el planeta —eso vendrá después—, sino para recordar que hay vida fuera de la pantalla… aunque hoy, para muchos, “fuera de la pantalla” signifique “al lado del router, esperando que se reactive”

 

 


📢 ¿Y tú?

¿Lograrías sobrevivir 24 horas sin Wi-Fi?
¿O te declararías en estado de emergencia digital a los 20 minutos?

Mandanos un mensaje por Whatsapp.. y sí, sabemos la ironía. 



miércoles, 5 de noviembre de 2025

Hoy el acoso no se queda en la escuela… y el trabajo social tampoco

6 de noviembre – Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar

Hoy no se trata solo de evitar empujones en el recreo. Hoy también hablamos de los mensajes que duelen más por la noche, de las fotos que circulan sin permiso, de los memes que dejan marcas aunque no se vean. El acoso escolar ya no tiene horario ni fronteras: entró al salón… y también a la pantalla del celular.

Y frente a eso, hay una figura que muchas veces pasa desapercibida, pero que está en primera fila: el trabajador social escolar. No con una varita mágica, pero sí con algo más poderoso: la capacidad de conectar, escuchar y actuar con otros.


No da órdenes: abre espacios para hablar

Un trabajador social no entra al plantel a “arreglar el problema”. Entra a sentarse con los chavos, a veces en un banco del patio, a veces en un rincón del aula. No les dice “debes denunciar”, sino pregunta:
—¿Te ha pasado algo que te haya hecho sentir mal en redes o en la escuela?

Muchas veces, esa pregunta sencilla es la primera vez que alguien les da permiso para hablar. Y en esa plática, nace la confianza. Porque el trabajo social no juzga: acompaña. Y eso, en medio del miedo y la vergüenza, es un alivio enorme. 

 


Camina con los maestros, no por encima de ellos

¿Crees que los profesores siempre saben cuándo hay acoso? A veces no. Pero cuando el trabajador social platica con ellos en la sala de maestros, les ayuda a ver lo que antes pasaba desapercibido: un chico que ya no levanta la mano, una chica que se sienta siempre sola, un grupo que se ríe “demasiado” de alguien.

Juntos, maestro y trabajador social diseñan formas de intervenir sin exponer a nadie, porque saben que castigar no cura. Lo que sana es sentirse visto, escuchado… y protegido.


Con las familias: sin sermones, con complicidad

Muchos papás y mamás se sienten perdidos frente al mundo digital de sus hijos. “No entiendo TikTok”, “no sé cómo mirar sin invadir”, “¿será que exageran?”.

 El trabajador social no llega con un discurso, sino con una invitación:

—¿Y si charlamos de cómo podemos cuidarlos juntos, sin que ellos se sientan vigilados?

A veces organiza cafés con padres, reuniones virtuales los viernes en la noche, o simplemente una llamada tranquila. Su objetivo no es “enseñarles a ser mejores padres”, sino tejer alianzas reales, donde todos —escuela, familia, comunidad— se sientan parte de la solución.


Con la comunidad: construye redes… de las que cuidan

El trabajo social escolar no trabaja en soledad. Reúne a estudiantes, docentes, madres, padres, incluso al personal de intendencia, para crear acuerdos colectivos.

¿Cómo queremos que sea nuestro grupo en redes?
¿Qué hacemos si vemos que alguien está siendo atacado en línea?
¿Cómo apoyamos a quien se atreve a pedir ayuda?

Y lo más bonito: deja que los mismos adolescentes propongan. Porque saben mejor que nadie cómo se vive el ciberacoso… y también cómo frenarlo.


¿Y tú qué puedes hacer hoy?

No necesitas ser experto. Solo estar presente.

  • Pregúntale a tu hijo o sobrino: “¿todo bien en el cole… y en tus redes?”
  • Si eres maestro, no minimices lo que parece “solo un chisme”.
  • Si ves algo raro, habla con el trabajador social de tu escuela.
  • Y si ya hay uno, agradécele. Porque su trabajo no se mide en actas, sino en vidas que recuperan la confianza.

Una escuela segura no se construye con reglas solas… se teje con conversaciones

Hoy, en el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, recordemos que el cambio no viene de un discurso, sino de actos cotidianos de cuidado compartido.

El trabajador social escolar no tiene todas las respuestas. Pero sí tiene las manos tendidas, el oído atento y el corazón dispuesto a caminar con otros, no por delante ni por detrás.

Y en un mundo donde el acoso se esconde hasta en la pantalla del celular… eso es, sin duda, revolucionario. 

 


Si en tu escuela no hay trabajo social… pregúntate por qué no.

Porque nadie debería tener que sufrir en silencio. Ni en el salón. Ni en su teléfono.