sábado, 8 de noviembre de 2025

Día Mundial sin Wi-Fi: cuando desconectarte es más traumático que una ruptura por mensaje de voz

 

 ¿Quién iba a decirnos que la Federación Ambientalista Internacional —sí, esa que hasta hace poco andaba más preocupada por salvar a las ballenas que por curar zombies digitales como nosotros— iba a lanzar una campaña mundial hace ya 9 años… para apagar el internet?

No es broma. Ya está: 8 de noviembre, Día Mundial sin Wi-Fi.
(Nota mental: si cae en sábado, prepárate para ver a tu tía desesperada intentando mandar el meme del día en el grupo familiar y fallando estrepitosamente.)

 

 


🌍 ¿Salvar el planeta… o salvarnos de nosotros mismos?

La excusa oficial suena noble: “el planeta necesita un respiro del consumismo digital”.
Pero la pura verdad, la que nadie dice en voz alta, es otra: la Tierra no se está muriendo por los plásticos —se está desmayando de vergüenza ajena al verme a mí, con cara de crisis existencial, intentando mandar un “¿ya saliste?” con dos rayitas grises y señal de tortuga.

Resulta que, según los expertos, el scroll infinito no es solo un vicio: es una especie de pozo negro emocional donde entran horas, relaciones, productividad… y a veces hasta el recuerdo de cómo se hacía una llamada telefónica.


🐱 El nuevo superviviente: el gato cazador de señal 

Imagínate la escena:

  • Tu vecina, parada junto al router como si fuera un altar, repitiendo “¿ya? ¿ya? ¿YA?” cada cinco segundos.
  • Tu gato, que antes se ganaba la vida cazando ratones, ahora se pasa las tardes intentando cazar señal entre paredes de concreto y routers saturados. Pobrecito: le enseñaron a ser felino, no ingeniero de telecomunicaciones.

Y mientras, nosotros, los náufragos digitales modernos, flotamos en un mar de notificaciones sin batería, esperando una señal… de vida.  

 


📱 El apocalipsis silencioso (o cómo cinco minutos sin TikTok desatan el caos)

Que no te engañen: este día no es sobre ecología. Es un test de estrés colectivo. Y los resultados son reveladores:

  • Madres que no pueden regañar a sus hijos porque “el internet no da” —y por primera vez en años, tienen que usar el tono de voz real. Traumático para ambas partes.
  • Millennials que entran en un estado de pánico tipo “¿qué hago ahora? ¿hablo con alguien? ¿pienso? ¡auxilio!”
  • Ejecutivos de oficina que descubren, con horror absoluto, que sin Google no saben ni cómo se escribe “sostenible”.

El colmo del colmo es ese valiente (o desesperado) que decide “desconectarse con propósito”… y termina en una sobremesa incómoda, lanzando frases del tipo:

“¿Recuerdas cuando…?”
…mientras todos los demás calculan mentalmente cuántos megas necesitan para mensajear por whatsapp.


🪞 El espejo que nadie quiere ver 

Al final, la Federación Ambientalista no está tan equivocada.
Celebrar un día sin Wi-Fi es una metáfora perfecta:

Somos una sociedad que clama por reconectarse… pero que tiembla al pensar en hacerlo cara a cara.

Necistamos este día. No para salvar el planeta —eso vendrá después—, sino para recordar que hay vida fuera de la pantalla… aunque hoy, para muchos, “fuera de la pantalla” signifique “al lado del router, esperando que se reactive”

 

 


📢 ¿Y tú?

¿Lograrías sobrevivir 24 horas sin Wi-Fi?
¿O te declararías en estado de emergencia digital a los 20 minutos?

Mandanos un mensaje por Whatsapp.. y sí, sabemos la ironía. 



miércoles, 5 de noviembre de 2025

Hoy el acoso no se queda en la escuela… y el trabajo social tampoco

6 de noviembre – Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar

Hoy no se trata solo de evitar empujones en el recreo. Hoy también hablamos de los mensajes que duelen más por la noche, de las fotos que circulan sin permiso, de los memes que dejan marcas aunque no se vean. El acoso escolar ya no tiene horario ni fronteras: entró al salón… y también a la pantalla del celular.

Y frente a eso, hay una figura que muchas veces pasa desapercibida, pero que está en primera fila: el trabajador social escolar. No con una varita mágica, pero sí con algo más poderoso: la capacidad de conectar, escuchar y actuar con otros.


No da órdenes: abre espacios para hablar

Un trabajador social no entra al plantel a “arreglar el problema”. Entra a sentarse con los chavos, a veces en un banco del patio, a veces en un rincón del aula. No les dice “debes denunciar”, sino pregunta:
—¿Te ha pasado algo que te haya hecho sentir mal en redes o en la escuela?

Muchas veces, esa pregunta sencilla es la primera vez que alguien les da permiso para hablar. Y en esa plática, nace la confianza. Porque el trabajo social no juzga: acompaña. Y eso, en medio del miedo y la vergüenza, es un alivio enorme. 

 


Camina con los maestros, no por encima de ellos

¿Crees que los profesores siempre saben cuándo hay acoso? A veces no. Pero cuando el trabajador social platica con ellos en la sala de maestros, les ayuda a ver lo que antes pasaba desapercibido: un chico que ya no levanta la mano, una chica que se sienta siempre sola, un grupo que se ríe “demasiado” de alguien.

Juntos, maestro y trabajador social diseñan formas de intervenir sin exponer a nadie, porque saben que castigar no cura. Lo que sana es sentirse visto, escuchado… y protegido.


Con las familias: sin sermones, con complicidad

Muchos papás y mamás se sienten perdidos frente al mundo digital de sus hijos. “No entiendo TikTok”, “no sé cómo mirar sin invadir”, “¿será que exageran?”.

 El trabajador social no llega con un discurso, sino con una invitación:

—¿Y si charlamos de cómo podemos cuidarlos juntos, sin que ellos se sientan vigilados?

A veces organiza cafés con padres, reuniones virtuales los viernes en la noche, o simplemente una llamada tranquila. Su objetivo no es “enseñarles a ser mejores padres”, sino tejer alianzas reales, donde todos —escuela, familia, comunidad— se sientan parte de la solución.


Con la comunidad: construye redes… de las que cuidan

El trabajo social escolar no trabaja en soledad. Reúne a estudiantes, docentes, madres, padres, incluso al personal de intendencia, para crear acuerdos colectivos.

¿Cómo queremos que sea nuestro grupo en redes?
¿Qué hacemos si vemos que alguien está siendo atacado en línea?
¿Cómo apoyamos a quien se atreve a pedir ayuda?

Y lo más bonito: deja que los mismos adolescentes propongan. Porque saben mejor que nadie cómo se vive el ciberacoso… y también cómo frenarlo.


¿Y tú qué puedes hacer hoy?

No necesitas ser experto. Solo estar presente.

  • Pregúntale a tu hijo o sobrino: “¿todo bien en el cole… y en tus redes?”
  • Si eres maestro, no minimices lo que parece “solo un chisme”.
  • Si ves algo raro, habla con el trabajador social de tu escuela.
  • Y si ya hay uno, agradécele. Porque su trabajo no se mide en actas, sino en vidas que recuperan la confianza.

Una escuela segura no se construye con reglas solas… se teje con conversaciones

Hoy, en el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, recordemos que el cambio no viene de un discurso, sino de actos cotidianos de cuidado compartido.

El trabajador social escolar no tiene todas las respuestas. Pero sí tiene las manos tendidas, el oído atento y el corazón dispuesto a caminar con otros, no por delante ni por detrás.

Y en un mundo donde el acoso se esconde hasta en la pantalla del celular… eso es, sin duda, revolucionario. 

 


Si en tu escuela no hay trabajo social… pregúntate por qué no.

Porque nadie debería tener que sufrir en silencio. Ni en el salón. Ni en su teléfono.

Cuidar también cansa: un homenaje a quienes sostienen la vida con las manos y el corazón

Hoy, 5 de noviembre, muchas personas en distintas partes del mundo aprovechan para hacer un alto y reconocer la labor de quienes cuidan. Aunque no existe —todavía— un “Día Internacional de las Personas Cuidadoras” decretado por la ONU, en países como Estados Unidos noviembre es el Mes Nacional del Cuidador, y en otras latitudes se han ido creando espacios propios para visibilizar esta tarea que, aunque esencial, muchas veces pasa desapercibida. Y es que cuidar no es solo una actividad: es un acto de amor, de resistencia y, a veces, de supervivencia.

Detrás de cada adulto mayor que recibe sus medicinas a tiempo, de cada niño con discapacidad que va a la escuela, de cada persona que enfrenta una enfermedad crónica con dignidad, hay alguien que despierta antes y se duerme después. Son madres, hijos, hermanos, parejas, vecinas, amigas… o trabajadores formales del cuidado, como enfermeros, asistentes domiciliarios o promotores comunitarios. A menudo, estas personas ponen sus propias vidas en pausa sin darse cuenta, hasta que el cuerpo o el alma les dice “basta”.

Porque el cuidado no es solo cambiar pañales o preparar comidas. Es también aguantar el llanto ajeno sin tener con quién desahogarse, es cargar con decisiones médicas que ni siquiera entendés del todo, es ver cómo se desdibuja tu identidad porque ya solo te llaman “el que cuida a...”. Y en ese camino, el agotamiento, la ansiedad y la culpa —sí, la culpa por sentirse cansado— se vuelven compañeros silenciosos.

Aquí es donde entra, con los pies en la tierra y el oído atento, el trabajo social. No como una solución mágica, sino como un puente. Porque un trabajador social no solo conoce los trámites o los programas gubernamentales; sabe escuchar sin juzgar, sabe que a veces lo más urgente no es un recurso, sino un abrazo o una palabra que diga: “No estás solo”. En muchas comunidades, estos profesionales han tejido redes de apoyo entre cuidadores, han organizado talleres de autocuidado en plazas o iglesias, o han acompañado a familias a enfrentar duelos que ni siquiera habían nombrado.

Y es que hay estudios —sí, muchos— que confirman algo que cualquier persona que haya cuidado ya sabe en la piel: el acompañamiento emocional y práctico reduce el estrés, mejora la calidad del cuidado y, sobre todo, devuelve un poco de humanidad a quien lo da. Pero también hay algo que los papeles no dicen: que muchas veces el trabajador social también se quiebra. Por eso, el cuidado debe ser colectivo, no individual.

En un mundo que valora lo productivo por encima de lo afectivo, honrar a quienes cuidan es un acto profundamente político. No basta con agradecerles en un día del calendario; hay que construir sistemas que los sostengan: licencias reales, acceso a salud mental, apoyo económico, tiempo libre digno. Porque si queremos una sociedad más justa, debemos empezar por reconocer que la vida se sostiene no solo con leyes o hospitales, sino con manos que se cansan y corazones que no se rinden.

Y eso, querer cuidar sin olvidar al que cuida… eso sí que es trabajo social de verdad.