Hoy es el Día Internacional de la No Violencia, pero seamos honestos: la mayoría de la gente ni se entera. Mientras tanto, hay miles de trabajadores sociales haciendo su labor diaria, resolviendo conflictos que nunca salen en las noticias.
Me acuerdo de una tarde en una colonia de Guadalajara. Estaba Lupita, una trabajadora social que lleva años en esto, intentando calmar una asamblea vecinal que ya se ponía tensa. La cosa estaba difícil. Pero en vez de imponer soluciones o hablar desde la autoridad, Lupita hizo algo simple: dijo "primero vamos a escucharnos, y luego compartimos un pan dulce". Suena casi ingenuo, ¿no? Pero funcionó. El pan dulce es casi un ritual aquí, y la gente empezó a calmarse. Al final pintaron un mural juntos. No es que hayan resuelto todo de golpe, pero al menos evitaron el enfrentamiento.
Más allá del escritorio
El trabajo social no se queda en la oficina. Bueno, sí hay papeleo (bastante, de hecho), pero lo verdaderamente importante pasa afuera: en plazas, escuelas, hospitales, hasta en cárceles. Los trabajadores sociales median conflictos, pero también enseñan a la gente a identificar cuándo una situación puede volverse violenta, aspectos que muchas veces ni las autoridades detectan.
Hace poco supe de una trabajadora social en el norte del país que dedicó meses a insistir para que en una escuela implementaran talleres de manejo de emociones. Meses de ir y venir, de conversaciones en pasillos con maestros escépticos. Hasta que finalmente lo logró y los talleres comenzaron. Ese tipo de victorias no aparecen en ningún medio, pero ahí están, haciendo diferencia.
Crear comunidad sin aspavientos
También abren espacios donde la gente aprende a resolver problemas sin recurrir a la violencia. Círculos de diálogo, mesas de mediación, campañas de prevención. A veces organizan actividades y no llega nadie, o presentan denuncias que tardan meses en tener respuesta. Es agotador Pero luego escuchas el testimonio de una madre contando cómo un grupo de apoyo le devolvió la confianza en su comunidad, y entiendes que vale la pena. La paciencia y la empatía no son tan espectaculares como un acuerdo firmado frente a cámaras, pero a largo plazo construyen más.
Ser puente (aunque cueste)
En marchas pacíficas, sea en la Ciudad de México, París o Nairobi, hay trabajadores sociales asegurándose de que la gente tenga acceso a primeros auxilios, agua, contención emocional. Ellos también sienten temor, desde luego, pero están ahí.


