Hoy es el Día Internacional del Café, esa jornada sagrada que debería ser feriado mundial. Porque, seamos sinceros: sin café la humanidad seguiría en cuevas, confundiendo ramas con antenas Wi-Fi.
El café no es solo una bebida: es la contraseña secreta que desbloquea el cerebro cada mañana. Uno cree que despierta con la alarma, pero no… tu cuerpo se levanta únicamente para ir a buscar café, como un zombi educado que murmura “buenos días” mientras piensa: “Ni me mires hasta el segundo sorbo.”
Además, el café es democrático y, sobre todo, tolerante. Hay para todos los gustos y bolsillos: están los que piden un espresso doble, fuerte, negro y amargo, igualito que esa ex-relación; los que ordenan capuchino con espuma artística en forma de unicornio porque “les da paz”; y los valientes que dicen: “Solo tomo descafeinado”, que básicamente es como tener un perro de peluche y esperar que ladre a los ladrones.
No hay que olvidar esos momentos heroicos que solo el café ha sabido regalarnos:
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Ese examen a las 7:00 am que pasaste, no por sabio, sino por las cuatro tazas seguidas que te convirtieron de tortuga lenta en tortuga con patines nuevos.
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Ese lunes de junta maratónica, en el que todos parecían concursar a ver quién bostezaba más, menos tú… que abrazaste la cafetera como si fuera intravenosa.
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Esa fiesta en la que juraste que ya no dabas una, pero un cafecito te transformó en el más ágil bailarín de las tres de la mañana, al grado de que hasta le encontraste el gusto al reguetón.
Y luego está la verdadera prueba democrática: el café del Oxxo. Ah, el Oxxo… ese oasis urbano donde, por menos de lo que cuesta un boleto de camión, te sirves un café humeante. Cuentan que en cata a ciegas muchos no distinguen si están tomando café de Oxxo o de Starbucks. Aunque, siendo honestos, con suficiente azúcar y leche cualquier café se vuelve internacional y gourmet. Hay incluso quien sostiene una teoría: el café del Oxxo enseña humildad y supervivencia; si sobrevives a dos de esos, estás listo para cualquier junta de lunes o cambio de horario.
Al final, celebrar el Día Internacional del Café es agradecer a ese grano el invisible superpoder que sostiene desde estudiantes desvelados hasta ejecutivos improvisando gráficos en PowerPoint a las 7:59 am. Es el pegamento de la civilización y la razón principal por la que las reuniones de vecinos no terminan en tragedia.
Así que brindemos con una taza más —del Oxxo, del Starbucks, o del que sabe raro en tu propia cafetera—, con sonrisa temblorosa, promesa en falso de que “ésta sí es la última”, y la seguridad de que, si no fuera por el café, el planeta hoy estaría girando en cámara lenta. Porque, cuando te preguntan “¿Quieres otro?”, no se responde con lógica, sino con el alma: “¡Obvio!... todavía me queda pulso.”


