viernes, 3 de octubre de 2025

Anecdotas del Trabajo Social 2

Un martes cualquiera llegué al centro comunitario de la colonia Santa Cecilia. Teníamos programada una reunión con el comité de padres de familia para revisar lo de las becas escolares. Yo iba muy formal: presentación lista, formatos impresos y hasta con la agenda cronometrada en la cabeza.

Pero cuando entré al salón me encontré con un grupo pequeño, apenas cinco personas. Estaban Doña Carmen, que siempre coordinaba; Don Luis, todavía con las manos marcadas del trabajo de plomería; Rocío, una mamá joven que no soltaba a su bebé; el profe Martínez, jubilado pero más activo que cualquiera; y Esteban, un muchacho de preparatoria que representaba a los becarios.

Arrancamos con los puntos formales, pero de pronto Rocío comentó, medio apenada, que su hijo mayor ya casi no iba a la escuela porque se le complicaba llevarlo temprano con el bebé. Don Luis respondió al instante:
—Pues yo paso por él, no hay problema, me queda de camino al trabajo.

El profe Martínez agregó:
—¿Y si nos organizamos entre varias familias? Algo como viajes compartidos, pero para los niños.

Y ahí se abrió la puerta. Esteban contó que varios de sus amigos habían dejado de estudiar para trabajar, no porque quisieran, sino porque en casa hacía falta el ingreso. Doña Carmen recordó que una vecina sabía repostería y que podía dar talleres a los muchachos.

Lo que debía ser una reunión de becas se transformó en una plática de soluciones comunitarias. Don Luis (que era muy conocido en la colonia) dijo que se encargaría de avisar y coordinarse para lo que fuera necesario con otros vecinos, Rocío se conectaría con otras mamás para platicar con ellas y turnarse en el cuidado de los niños, y el profesor Mártinez dijo que el se encargaría de dar clases de regularización para los estudiantes que lo necesitaran.

Al final, cuando recogíamos las sillas, Doña Carmen me dijo algo que todavía recuerdo:
—Llevamos años viniendo a estas reuniones para hablar de programas del gobierno… y hasta hoy nos dimos cuenta de lo que podemos hacer nosotros mismos.

Y tenía razón. Tres meses después, ese pequeño grupo había reducido el ausentismo escolar en casi la mitad, habían abierto un taller de oficios los sábados y hasta se pasaban la voz con trabajos en la colonia.

Esa tarde aprendí algo que ningún manual te dice: el trabajo social no siempre está en los papeles o en los formatos. A veces lo único que hace falta es un espacio donde la gente se escuche y se dé cuenta de que las soluciones ya estaban ahí, esperando a organizarse.

Así que las mejores intervenciones en trabajo social ocurren cuando dejamos de ser protagonistas y nos convertimos en facilitadores de las conexiones que ya existen en la comunidad.

Consejos prácticos 

Escucha sin prisa: Permite que las conversaciones fluyan naturalmente más allá de la agenda formal.

Observa los recursos ocultos: Cada persona trae habilidades y posibilidades que no aparecen en los diagnósticos 

Construye confianza: Las soluciones reales emergen cuando hay comodidad mutua y honestidad 

Documenta lo emergente: Más allá de los indicadores oficiales, registra las conexiones y sinergias que surgen